viernes, 31 de agosto de 2012

Instinto de emparejarse


   El instinto de emparejarse es un conflicto que se arrastra en los genes. Pese a su dudosa forma de satisfacerlo, hombres y mujeres no han cejado en ese empeño. En contra de toda lógica, la gente insiste en tratar de entenderse con el sexo opuesto. El origen de este trastorno se debe a la absurda creencia de que ambos sexos pertenecen a la misma especie y evolucionaron en el mismo planeta.

    Desde siempre los síntomas de este conflicto aunque latentes en las mujeres- se han manifestado más ostensiblemente en los hombres. Éstos siempre han mostrado una acusada obstinación en tomar la iniciativa en el intento de relacionarse con el otro sexo. Aunque sean las mujeres las que, sutilmente, lancen el anzuelo. Ambas especies aspiran a ese estado civil en que un adulto esté seguro de que alguien se preocupa por su persona y su bienestar ¡al mismo tiempo que está furioso con él!

   Desde que nació la organización social de los primeros homínidos, los estilos de aproximación 
intersexual evolucionaron muy lentamente. Pero es en la última mitad del siglo XX cuando estas fórmulas varían más que en el resto de la historia. En las décadas de los 50 y 60, por ejemplo, el lenguaje empleado era bastante neutro. 

   Apuntaba, si acaso, un leve cariz seductor. Pero fórmulas introductorias como "¿estudias o trabajas?", "¿vienes mucho por aquí?", "¿dónde he visto yo tu cara?", "¿de qué signo eres?", "¿es realmente tuyo ese pelo?" o "me recuerdas mucho a una amiga" resultaron, por lo general, calamitosas: ¡Acababan en boda! 

   Estas indeseadas formas de emparejamiento dieron lugar años más tarde a un fenómeno muy celebrado por los abogados matrimonialistas: la incompatibilidad de caracteres. Éste sería uno de los elementos básicos para la posterior implantación del divorcio como "sistema de corrección de errores". 

Seguir leyendo »

domingo, 29 de julio de 2012

Identidad Sexual


   Ahora han psicologizado tantos sus encuentros, que muchas parejas son incapaces de hablar entre sí de algo que no sea su propia relación (algo tan importante como el color de la tapicería del sofá ha pasado a un plano secundario). 

   Y antes de formalizarla, entre manuales, tratados, y sexología científica, no dejan de plantearse profundas preguntas como: "¿deberíamos separarnos ya?", "¿esperamos demasiado el uno del otro?", "¿estamos seguros de nuestra identidad sexual?", "¿podremos soportar la desventaja de no ser bisexuales?", "¿estamos preparados para una relación seria?". 

   Cuando la pareja no sabe o no puede contestar a ninguna de estas preguntas, decide que lo mejor es ¡juntarse! Ante esta empecinada adhesión al emparejamiento (lo que ya les descalifica como personas sensatas), muchos especialistas están invitando a las parejas a seguir profundizando sin desmayo en tan curioso misterio de inadaptación zoológica, sometiéndolas a importantes modelos teóricos de tratamiento. Sus títulos son ya toda una esperanza: 'Psicodiagnóstico erapéutico de la relación de pareja', 'Terapéutica de la pareja en relación al psicodiagnóstico' o 'Relación terapéutica en el psicodiagnóstico de la pareja'. 

Parece, pues, que por fin, ¡todos se están enfrentando definitivamente al problema cogiendo el toro por el rabo! Lástima que a priori nunca se sabe en qué fallará una relación entre hombre y mujer. Y, muchísimas veces, ni siquiera después. Por las náuseas se intuye cuándo se va a estrellar. Cuando se estrella un avión la "caja negra" revela las causas de la tragedia. ¡Pero, lamentablemente, no hay "caja negra" en el amor!


Seguir leyendo »